La Biblia habla del tema de la riqueza y la pobreza en muchas ocasiones, y no solo desde una perspectiva material, sino también espiritual. Dios nos recuerda que tanto el rico como el pobre son creación suya, y que el valor verdadero de una persona no está en lo que posee, sino en su relación con Él. Proverbios 22:2 lo expresa claramente: “El rico y el pobre se encuentran; a ambos los hizo Jehová”.
Tener bienes materiales no es pecado. Sin embargo, la Palabra nos advierte que el apego a las riquezas puede convertirse en un obstáculo para nuestra fe. Jesús dijo que es difícil para un rico entrar en el Reino de los Cielos, no porque la riqueza en sí sea mala, sino porque puede generar orgullo, autosuficiencia y falta de dependencia de Dios.
Por otro lado, la Biblia honra la fe de los pobres. Santiago 2:5 enseña que Dios ha escogido a los pobres para que sean ricos en fe y herederos del Reino. Esto no significa que la pobreza sea en sí una virtud, sino que quienes no confían en bienes materiales muchas veces dependen más de Dios y buscan su ayuda con humildad.
En ambos casos, ricos y pobres tienen un llamado: vivir con generosidad, practicar la justicia y mostrar compasión hacia quienes lo necesitan. Jesús nos insta a no acumular tesoros en la tierra, sino a invertir en el cielo, donde nada se pierde y todo tiene un valor eterno.
En definitiva, lo que la Biblia nos enseña es que no se trata de cuánto tenemos, sino de a quién pertenece nuestro corazón. Ya sea que tengas mucho o poco, Dios quiere que tu verdadera riqueza sea tu fe y tu amor por Él.