En una sociedad donde se valora la autosuficiencia, la competencia y la autopromoción, la humildad muchas veces es vista como una debilidad o como una virtud anticuada.
Sin embargo, la Biblia nos recuerda que es justamente lo contrario: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6). La verdadera humildad no se trata de pensar menos de uno mismo ni de vivir con inseguridad, sino de reconocer con gratitud que todo lo que somos, tenemos y logramos proviene de Dios.
Cuando vivimos con un corazón humilde, nuestras relaciones se fortalecen, porque aprendemos a escuchar, valorar y respetar a los demás. La humildad también abre la puerta al aprendizaje constante, pues nos permite reconocer que siempre hay algo nuevo que Dios quiere enseñarnos. Y, sobre todo, nos acerca al corazón de Cristo, quien, siendo Rey, se humilló voluntariamente hasta la muerte en la cruz por amor a nosotros.
Vivir con humildad no es rebajarse, sino elevar a Dios por encima de nuestro ego. Es una actitud que transforma no solo nuestra vida espiritual, sino también nuestro entorno, porque donde hay humildad, hay paz, comprensión y verdadera grandeza.
Visita Mas Devocionales