En el Sermón del Monte, Jesús nos dejó enseñanzas profundas que siguen transformando vidas hasta hoy. Una de ellas es su advertencia:
“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.”
(Mateo 7:1-2)
Este pasaje es conocido por muchos, pero también suele ser malinterpretado. ¿Qué quiso decir realmente Jesús?
1. ¿Qué significa “no juzgar”?
Jesús no está diciendo que debemos cerrar los ojos ante el pecado o no tener discernimiento. La Biblia nos llama a distinguir entre lo bueno y lo malo (Hebreos 5:14).
Lo que Jesús condena es una actitud hipócrita, dura o condenatoria hacia los demás, especialmente cuando nosotros mismos tenemos fallas. Justo después, en Mateo 7:3-5, Jesús habla de la “viga en nuestro ojo” y la “paja en el ojo ajeno”. Antes de señalar los errores de otros, debemos examinar nuestro propio corazón.
2. El peligro de un juicio injusto
Cuando juzgamos a los demás:
Nos ponemos en el lugar de Dios, quien es el único juez justo (Santiago 4:12).
Ignoramos nuestra propia fragilidad, olvidando que todos necesitamos gracia.
Creamos división y heridas, en vez de edificar con amor.
Jesús nos recuerda que la misma medida que usamos contra otros será usada con nosotros. Si somos implacables, recibiremos el mismo trato.
3. La alternativa: misericordia y gracia
En lugar de juzgar, la Biblia nos llama a:
Practicar la compasión: “Sed misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (Lucas 6:36).
Restaurar con mansedumbre: “Si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre” (Gálatas 6:1).
Recordar nuestra propia necesidad de perdón: “Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Conclusión
“No juzguéis” no significa vivir sin discernimiento, sino dejar de condenar a los demás desde una actitud de superioridad. Jesús nos invita a mirar primero dentro de nosotros, a reconocer nuestra necesidad de gracia, y a tratar a los demás con el mismo amor y misericordia que hemos recibido de Dios.
Cuando dejamos de juzgar y aprendemos a amar, reflejamos el carácter de Cristo al mundo.
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