Perdonar no es fácil, sobre todo cuando la herida es grande y parece imposible de sanar. A veces sentimos que al perdonar estamos minimizando el dolor que nos causaron, pero la verdad es que el perdón no borra la injusticia, sino que nos libera de la prisión del resentimiento. Jesús nos llamó a perdonar setenta veces siete (Mateo 18:22), no porque la ofensa no importe, sino porque Él sabe que guardar rencor envenena el alma y nos impide avanzar.
Perdonar de corazón no significa olvidar lo sucedido ni justificar lo malo, sino entregar ese dolor a Dios y permitir que Él sea quien haga justicia y sane nuestras emociones. Es un acto de fe, porque soltamos lo que nos ata y confiamos en que el Señor es juez justo y compasivo.
El primer paso es orar por la persona que te hirió, aunque sea difícil. Pídele al Señor que te dé Su amor para verla con nuevos ojos y que te llene de paz. Recuerda que perdonar no es un evento único, sino un proceso que Dios va completando en tu corazón. Y cuando logres soltar, descubrirás que el mayor beneficiado eres tú: libre para vivir, amar y recibir la plenitud que Cristo te ofrece.
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