El egoísmo es una de las actitudes más comunes en el ser humano. Vivimos en un mundo donde muchas veces se nos enseña a “pensar primero en nosotros mismos” y a “buscar nuestro propio bienestar antes que el de los demás”. Pero, ¿qué dice realmente la Biblia sobre esto?
El egoísmo como raíz del pecado
Desde el principio, el egoísmo ha sido una raíz del pecado. Adán y Eva, al comer del fruto prohibido, pensaron más en su propio deseo que en obedecer a Dios (Génesis 3:6). Esa actitud de “yo primero” es la esencia del egoísmo: querer satisfacer nuestros intereses sin considerar la voluntad de Dios ni el bien de los demás.
La Palabra nos enseña claramente que el egoísmo nos separa de la comunión con Dios y con las personas. En Santiago 3:16, se nos dice:
“Porque donde hay envidia y ambición personal, allí hay confusión y toda obra perversa.”
El egoísmo no solo genera división, sino también caos y conflictos en nuestras relaciones.
Jesús, el ejemplo perfecto de humildad y entrega
El mejor ejemplo de amor desinteresado lo encontramos en Jesucristo. Él no vino al mundo para ser servido, sino para servir y dar su vida por nosotros (Marcos 10:45).
En Filipenses 2:3-4, el apóstol Pablo nos exhorta:
“No hagan nada por egoísmo o vanagloria; más bien, con humildad, consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también de los intereses de los demás.”
Cuando seguimos el ejemplo de Cristo, aprendemos a amar verdaderamente: a poner a otros primero, a compartir lo que tenemos y a servir con un corazón sincero.
El fruto del amor vence el egoísmo
El egoísmo es incompatible con el amor cristiano. El apóstol Pablo nos recuerda en 1 Corintios 13:5 que:
“El amor no busca lo suyo.”
El amor verdadero no exige, no compite, no se enaltece. Ama sin esperar nada a cambio, porque refleja el carácter de Dios.
Cuando el Espíritu Santo transforma nuestro corazón, dejamos de pensar solo en nosotros mismos y empezamos a vivir para agradar a Dios y bendecir a otros.
Cómo vencer el egoísmo en nuestra vida
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Orando por un corazón humilde: Pide a Dios que te enseñe a reconocer las necesidades de los demás.
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Practicando la empatía: Escucha, ayuda y comparte. El amor se demuestra con acciones.
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Recordando el ejemplo de Jesús: Cada vez que sientas el deseo de anteponer tus intereses, recuerda que Cristo se entregó por ti sin esperar nada a cambio.
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Sirviendo con gozo: Servir no nos quita, nos enriquece espiritualmente.
Conclusión
El egoísmo nos aleja del propósito de Dios, pero el amor y la humildad nos acercan a Él.
Vivir sin egoísmo es reflejar el corazón de Cristo, quien nos enseñó que la verdadera grandeza está en dar, no en recibir.
“Nadie busque su propio bien, sino el del otro.”
— 1 Corintios 10:24



