La superstición es la creencia en que ciertos actos, objetos o palabras pueden influir en la vida de las personas de manera sobrenatural, independiente de la voluntad de Dios. Aunque muchas veces parecen inofensivas o divertidas, la Biblia nos da advertencias claras sobre este tipo de prácticas.
La superstición y su origen
La superstición surge de la ignorancia espiritual y del miedo al futuro. Algunas personas buscan amuletos, hechizos o rituales para protegerse o atraer prosperidad. Sin embargo, la Biblia nos enseña que solo Dios tiene control sobre nuestras vidas, y depender de prácticas supersticiosas es un acto de desconfianza hacia Él.
“No os volváis a los encantadores ni a los adivinos; no los consultéis, para que no os contaminéis con ellos.” – Levítico 19:31
Este versículo deja claro que consultar a adivinos o confiar en prácticas ocultas está prohibido. Dios quiere que pongamos nuestra fe en Él y no en objetos o rituales.
Confiar en Dios, no en supersticiones
Muchas supersticiones prometen protección, suerte o éxito, pero ninguna puede cambiar la voluntad de Dios. La Biblia nos llama a buscar a Dios en oración y obedecer Su Palabra en lugar de depender de prácticas supersticiosas.
“Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia.” – Proverbios 3:5
Cuando confiamos en Dios, tenemos la seguridad de que Él guía nuestra vida, y no necesitamos ritos o amuletos que prometan suerte.
La diferencia entre fe y superstición
La fe cristiana se basa en un Dios vivo, que escucha nuestras oraciones y actúa según Su propósito. La superstición, en cambio, se basa en objetos, gestos o palabras sin poder real. La Biblia nos exhorta a diferenciar la verdadera confianza en Dios de prácticas que nos alejan de Él.
“Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.” – Colosenses 3:23
Conclusión
Las supersticiones son una forma de buscar seguridad fuera de Dios, pero la Biblia nos llama a depender únicamente de Él. La verdadera protección, guía y bendición vienen de una relación con Dios, no de rituales ni amuletos. Cuando dejamos de lado las supersticiones y ponemos nuestra fe en el Señor, encontramos paz, confianza y dirección verdadera.



